domingo, 5 de julio de 2009



Dicen que el agua del demonio no es tan dulce.
Que no la tienes que beber ahora mismo.
Pero puedes hundir tus pies en ella de vez en cuando.



Bien, yo últimamente no hago mas que sumergir mis pies en ése agua.
Tanto, que ya ni parecen pies.

Llegan a parecer pellejos a los que esas aguas y el reloj les han arrebatado su tersura.
Y caminan, a duras penas, por ese camino color azafranado al que el tiempo le ha robado su color.


Las hojas siguen cayendo de los árboles, aunque sea verano.

Hacen ruido, pero no me molesta.

En la esquina de Main Street ya nadie se preocupa por líneas que mantener.
Ni siquiera se reprochan quién se ha quedado delante, y quién detrás.
La luz verde no se ha vuelto roja.
Se ha fundido.

Las cosas han empezado a afectar.
Y nadie es nadie para malgastar tiempo que no le pertenece.

Manos que agarran maletas, y mentes a las que no les importa.

Gente que sonríe como si fuera cierto, y pierde la noción del tiempo mirando

las puestas de sol en el Este.

Y una mezcla de entre pestilencia, píldoras y orgullo.

No hay montañas que escalar, ni horizontes que quemar.
Nadie salva a nadie de sus viejas costumbres.