lunes, 26 de abril de 2010


Y ella se resistía. Y se seguía resistiendo.
Y un día se dio cuenta de que todo lo que hacía, absolutamente todo, era seguir sus pasos.

Le buscaba en el verde del parque, en el azufre del asfalto...
En el agua de los días grises y en las noches que se le antojaban borrosas.

Y siempre le encontraba.

Y se quedaba allí, al otro lado de la acera, con el pelo de su flequillo haciéndole cosquillas.
Con la sensación de no haber acabado. Con las ganas de cruzar.

Pero la intensidad de las ganas de cruzar era la misma que le impedía hacerlo. Que le paraba los pies justo en el momento de arrancarse a andar. La misma que le llenaba de rabia.

Y desgraciadamente, la misma con la que hacía una cosa más.

2 comentarios:

  1. ¡Ay, el deseo! ¿Eres consciente de que lo que escribes es materia en bruto de un poema? Tal vez te pase lo que a muchos nos pasó y sigue pasando: que al volver a leerlo le entren a uno ganas de borrarlo. ¿Y por qué no modelar con paciencia de alfarero aquello que todavía nos guste lo suficiente como para no destruirlo? Eso es lo que opino.

    Metodio.

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  2. en serio, Raki, estoy leyendo lo que has escrito desde hace tiempo, porque no habia entrado desde hace tiempo y me mola.

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